martes, 27 de septiembre de 2011

El viejo

Han de contarse muchas historias del viejo pero ninguna sobre él mismo. Todas hablan de verdades y hazañas cuestionables. Lo prefiero como un hombre sin cualidades extraordinarias, cercano, palpable. A placer personal, ser venerado como un santo, al cual pones a calentar con un velón, le detesta. Se nota en su mirada y el seño gracioso de la frente, una arruga sonriente. Siempre presente cuando uno de los suyos, los antecesores, sus familiares, lo ponen como ejemplo de vida, el comportamiento perfecto, el ser humano intachable.

-¡Ese es mi abuelo Pedro! Como él ninguno. Aparte de mi padre, uno de los pocos hombres que merece a una mujer. Dice mi hermana Lucia.

Como si las mujeres fueran musas y diosas, para nada. Solo mortales con deseos igualmente mundanos al de los hombres. El día en que mi hermana encuentre un hombre con las características del viejo, realmente se sentirá decepcionada, nada nuevo tiene el pobre senil, solo años nuevos en un cuerpo ambiguo.

Cierto día de octubre, me toco cuidarlo pasada la hora del almuerzo. Mi abuela decidió reclamar la pensión, después de tres años de ausencia, en el Banco de Colombia. Sería una larga tarde para quienes la acompañaban y para mi presencia en su casa con el anciano.

Conozco la personalidad maniaco-descriptiva de “Abuelo” y ese adorno especial en sus narraciones. A veces, imposibles de creer. Dudo, en grado sumo, que conozca a personajes literarios como Edgar Allan Poe, Borges, Cortázar e incluso el más cercano cuentero, Carrasquilla. Todos para él, hombres y no leyendas. En su desconocimiento lingüístico posibles de superar con historias contadas, de aire poético y surrealista. Propias de épocas románticas y personas bien habladas. No se siente menos, no se siente mayor…

Esa tarde pensaba en el sueño, a posteriori, provocado por una de sus historias contadas sin trama lineal, fundidas una sobre otras, trastocadas, carentes de cronologías y con personajes multifuncionales, llenos de apodos costumbristas. La mente divagaba entre posibles salidas al aburrimiento que suscita escucharlo.

Al dirigirme a su recamara, observe a él tipo dormido con los ojos medio abiertos. Cuando nota que se encuentra solo, que estoy con él, me saluda moviendo la cabeza de arriba abajo, por mi parte le doy un abrazo y un pico en la calva. El televisor esta encendido en un canal cristiano, esos que dan misa cada cinco horas, a pesar de ser el mismo evangelio para el día, siempre hay una reflexión distinta ¡Vaya ingenio el de esos curas!

-La verdad no tienen nada que hacer. Exclama el viejo, ahora más activo

- ¿No te gusta? Pensé que te acostumbraste a rezar desde hace mucho tiempo.

-No, para nada. Margarita es la que tiene la obsesión con “chucho” la virgen María o cualquier otro santo con nombre gracioso y casto. Echa un vistazo.

La habitación principal no tiene pinta de pareja enamorada, al contrario, parece la catedral perdida de alguna parte. Cada rincón ostenta la rigidez y geometría católica de seres irreales, puros o poco contentos con el deseo. Entregados en cuerpo y vida a una disciplina trasgresora de lo humano, trascendentalmente moral.

-¡Sabes hace cuanto tiempo no tengo sexo!

-Todavía piensas en eso viejo ¡no puedo creerlo!

-¿A caso fue una pregunta? Tú debes saber ya sobre coger a una chica, estas en la edad dorada

- ¿Qué canal deseas ver? …

- No me cambie el tema mocoso

- Prefiero no hablar del asunto

-Todos quieren, hablan y deben hablar de sexo, no te hagas el indiferente, el loco.

Sonrió nerviosamente y veo su cara picara, deseoso por coger alguna mujer que lo haga estallar en orgasmos y solo así salir del letargo en sus piernas, inmóviles por la vejez.

-¿Alguna vez le has hecho el amor a una virgen? Dice el viejo

- No, nunca

-Es la mejor sensación del universo, ni el putas es tan dichoso

-¿Porqué lo dices?

-Descubres que eres el hombre más perverso entre todos

-Perverso…

-Sí, la verdad robarle la santidad a una mujer virgen es algo maquiavélico y en extremo excitante. Deberías probar. Cuando escuchas su dolor, el placer del hombre se hace mayor. Pareciera que usurpas el puesto a Dios por unos cuantos minutos, nada importa, nada trasciende.

- En verdad estás loco, eres un viejo verde

- Un día, un día me entenderás…

Pronuncio varias veces las mismas palabras hasta que se quedo dormido con la lengua afuera. Yo era un idiota sentado al borde de su cama. Pensando en escribir historias más puras.

sábado, 24 de septiembre de 2011

La Ciudad de los ojos apagados

Una noche de septiembre, caminando por la avenida 80, me perdí entre sueños. Tenía miedo, las manos sudadas, los labios algo resecos por el esfuerzo físico, la respiración agitada como previniendo la llegada de alguien extraño, un ladrón o simplemente un espanto. Me detuve a mirar hacia atrás, mis pies no respondían a un paso más, objetos inanimados. El asfalto de la calle parecía cobrar vida, tener cualidades de corredor, un atleta perfecto. Una y otra vez con sus movimientos metafísicos, semejantes a un caleidoscopio.

A pesar de la esquizofrenia y las imágenes abstractas del momento, logre ver una silueta reconocible, familiar a mis ojos, un hombre de carne y hueso…

Así era, Aspecto maltrecho, corroído por la suciedad de la vía, portaba una melena espesa y encrespada, ropas elegantes hechas hilachas y con rotos por doquier. El pantalón superaba los tobillos, los dejaba ver. Poseía una corbata roja con punticos verdes, algo chica para su cuello grande, inspiraba un aire gardeliano. Hablo de aire por el costal grande en su mano que lo desmentía, lo desnudaba, lo identificaba como era, un pordiosero. En palabras vulgares, un gamín con ínfulas de intelectual o pasado literario.

Cada vez más cerca de mi ¡trapa trapa! Escucho esos zapatos de cuero ¡trapa trapa! acelerando, sin dudar un instante. Ese hombre estaba interesado en arribarme, advertirme o hablarme sobre algo inquietante. Mis pies no responden… quiero escapar, abandonarlo a su suerte. Quizás necesite sólo una moneda para dejarme en paz.

-¡Es usted un idiota! (hombre extraño)

-No me trate de esa forma, no me conoce, se lo advierto

-Es que eso es usted, un cretino

-Ya se lo dije, mejor explíquese

Lo agarre del saco con mis dos manos, lo empuje hasta un poste, el ambiente respondía a los instintos salvajes de las bestias acorraladas, no resistiría una sola palabra ofensiva de su boca maloliente. Deseaba golpearlo y seguir mi camino como si nada.

-¿Acaso no amabas el lugar donde estabas?

- Solo caminaba por la calle

-Algo ridículo lo que hizo

La curiosidad que despertaba sus palabras hizo que mis manos cedieran para dejarlo hablar

-¿Qué cosa hice?

-venir a esta ciudad

-No soy un turista señor, yo vivo aquí, mi ciudad

-jajajaja esta no es su ciudad, ni tampoco la mía, pero ambos estamos en el mismo lugar… si tan solo dedicara más tiempo a meditar lo que ve, a observar. Se daría cuenta que en la calle somos iguales ¡la misma escoria!

martes, 20 de septiembre de 2011

Encuentro

Se vierón de nuevo. Después de 6 meses acordarón una cita vía e-mail, algo espontaneo, para nada comprometedor. Prometieron no hablar de su ruptura, de amores pasados, menos el propio, las fallas del mismo; los amantes, las decepciones y los problemas familiares.

Eran dos desconocidos con ganas de conocerse, sin ser advertidos, el uno por el otro. Ninguno.

lunes, 12 de septiembre de 2011

Aurora

Éramos fotógrafos, la aurora nuestra salida, la noche nuestra llegada. Amamos el encuadre, la exposición precisa, los niños y sus caras limpias, los ancianos y el relieve de sus arrugas. Un poco atrevidos, jugando a ser dioses con nuestras maquinas foto sensibles; atrapando almas con el dedo índice, burlándonos de la memoria fallida, subjetiva, impalpable; reemplazando recuerdos por productos físicos, cosas observables.

Las tardes nuestra salida, el sol jugando a las escondidas. El ocaso para un par de tontos amantes de las siluetas, el contra luz enfurecido y prometedor. La sombra como la luz más viva. Eso eran nuestras tardes, perseguir, perseguir ese momento oportuno antes de que el sol perdiera todo interés en la tierra que se pisa y se mira.

Recuerdo a Ana tratando de tomar aquella foto a un pelicano pequeño posado en el Mar, sostenido de una roca solitaria. Se encontraba al borde derecho del muelle, sentada en medio de dos tabloncillos separados. Su pose provocaba en mi interior un apetito sexual, quería tocarla, hacerla mía justo allí, en el muelle. El cabello le flotaba en el aire, sus risos dorados contrastaban con el negro oscuro de las gafas. Sostenía la cámara con la mano izquierda mientras la derecha buscaba el equilibrio de su estilizado cuerpo.

Tenía en mente algo inimaginable, parecía loca, obsesionada con ese pajarraco y la piedra. Quería ver la foto deseada por Ana, no podía meterme en su mente, ni siquiera adivinarla. Me quedé sentado al lado de una red de pesca que minutos antes recogieron dos negros acuerpados, sin la fortuna que provee el mar y los antepasados señores de la estirpe, desanimados, dejando su herramienta de trabajo. Pero no quiero pensar en el infortunio de aquellos afros, prefiero mirar el cuerpo de Ana, tan sublime con su cámara. Segura del momento, de su llegada, la foto imaginada, la pose perfecta del espartajo emplumado, la solidez de la roca o la constancia y el ritmo del mar.

¿Acaso habrá algo más en aquella composición fotográfica? ¿Será el mismo pájaro o la misma roca? ¿Quizás solo observa con el lente? Soy fotógrafo con prestigio, ella una aprendiz y mi amante. En realidad, cuando estoy con ella, me importa poco la fotografía, es pan diario en mi trabajo como reportero gráfico para el diario central. Me impacienta el hecho que me ignore cuando esta con la cámara ¿Y cómo aceptar los celos por una maquina a la cual debo lo que soy ahora? Qué ironía. Al parecer es mejor compartir el deseo que posee a la melancolía de perderla, en esos cortos segundos, por nuestra pasión a representar el mundo que nos rodea.

Como buen observador me dispongo a observarla, contemplar su belleza, no perturbar la naturalidad de su estado, porqué lo conozco muy bien, el éxtasis de pintar con luz, calcar lo que se ve en pequeños cuadros fluorescentes. Ahora el viento sopla hacia la costa, sentido contrario a la dirección anterior, Ana se ha quitado las gafas, las olas mojan su cara, sin embargo, parece no molestarle el agua, sus ojos no paran de parpadear, apenas logro verle el rostro, una sonrisa enmarca el momento.

Por mi parte, disfruto de la ingenuidad que transmite la chica. Por su lado, disfruta de la imagen no dada, no provista por el destino, esperanzada en lograrla, quieta, inmóvil y sosteniendo la cámara. Así es ella, imperturbable, terca, compleja y concentrada.

-¿Te demoras?

- Hasta que pueda tomarla

-¿Qué quieres tomar?

-Al pájaro y la piedra

-Pero Ana, han estado por horas, tu, el pájaro, la piedra y el mar

-¡Si, somos parte de todo!

-Dirías… son parte de todo

-Ese es tu problema Juan, nunca te incluyes, nunca eres parte de todo

-Mejor nos vamos, las olas son cada vez más grandes

-No me iré hasta que seas parte de todo

-¿De qué hablas?

Simplemente no contesta, a nosotros ha llegado un guardia costero, nos ha indicado que debemos alejarnos del muelle, le pido el favor de esperar cinco minutos mientras convenzo a Ana de irnos. Camino hacia ella, le toco un hombro, me agacho y le hablo al oído, a su misma altura.

-Ana, debemos irnos

-Aún no, aún no tomo la fotografía

-Pero el pájaro no está, solo la piedra

-Aún no…

-Debo insistir, el guardia costero me ordeno abandonar el lugar y te llevaré conmigo

-Ese es tu problema ¡No eres parte de todo!

-Mejor vámonos

-Está bien

Y la fotografía fue tomada, esta vez por un turista…

martes, 6 de septiembre de 2011

Introspección

Hoy vengo a escribir algo ridiculo.
Solo pienso en el porqué de las cosas absurdas, en los estados de ánimo
Si, sobre todo en los estados de ánimo. Tan bipolares, volubles , eternos, efimeros, impredecibles y obvios. Hoy es de esos dias en que el ánimo se comporta como adolescente, hoy es de esos dias en que el ánimo se comporta como un viejo senil.
Y se puede ser grande o tan chico a la vez, y se puede ver o ser ciego al mismo tiempo, y se puede sentir o fingir hacerlo.
Ser diferente cuando hablo, ser el mismo cuando expreso y ser el único cuando escribo

! Malditas voluntades!