jueves, 13 de octubre de 2011

Existen dias entre dias

Existen dias entre dias
Unos cortos, otros largos
Existen dias entre dias
Unos con adrenalina, otros mansos
Existen dias entre dias
Unos literarios, otros ordinarios
Existen dias entre dias
Unos vanales, otros pasionales
Existen dias entre dias
Unos ridiculos, otros serios
Existen dias entre dias
Unos sabios, otros erroneos
existen dias entre dias

martes, 4 de octubre de 2011

El sillón

Frank se dio unos cuantos disparos en la cabeza, probó la marihuana traída de la selva. Sentado en un sillón, iba al encuentro de sus pensamientos. Su vida vampírica o noctambula pronto paso cuenta de cobro, le raptaría las ganas de soñar. Lo deseaba con vehemencia. Minutos antes camino por la calle, las manos le pesaban y sus ojos parecían un par de carbones ardiendo. Era un cuerpo sin alma. Un zombie sin esperanza.

Cruzo puentes, miro los casinos desde afuera, comió demasiado para conservar un poco de energía y mantener la posición firme de su cuerpo. Pero a cada paso, se encorvo, más y más. Sin poder cerrar los ojos, no duro media hora fuera de casa, se hizo con una Marihuana que le ofreció un chamaco en la esquina. No le provoco una reacción violenta, a pesar de no haber consumido cualquier droga en su vida. Dirigió sus pasos a la sala, encendió el pucho con la hierba, sentado en un sillón, iba al encuentro de sus pensamientos.

Minutos después, vagando estuvo su alma, la razón lo confundió entre maravillosos mundos imaginarios. Ciertos cosmos de los cuales no deseo despertar o en el mejor de los casos abandonar con primicia. Donde la realidad era lo que menos le importa, donde los antojos oscuros y las emociones vánales se acomodaron al gusto inconsciente.

Pensó en Patricia y Adriana, las mujeres amadas… Entre alucinaciones, su cabeza jugaba creando dos personalidades distintas, dos mujeres completamente opuestas, tiernas y fuertes a la vez; inquietas y seguras, pero ambas femeninas.

Eran sus dos mujeres… Fiel a una y a las dos por igual. <> murmuraba. Sí la morena o la rubia ¿Cómo encontrar una pista? ¿Cómo distinguirlas?, Lo único claro que tenía es que ambas estaban en sus delirios. Un amor dividido en tres, las dos y la real. Sentado en un sillón, iba al encuentro de sus pensamientos.

La ilusión era su realidad. Quiso soñar de nuevo para levantarse del sillón. Pero antes, deseo arrancar la máscara de su pulida cara, descubrir la identidad secreta de las dos mujeres y la real. Entregarse finalmente a ella. Mantuvo la mente nublada, asustado por ese despertar tan esperado, próximo en el sueño. La ansiedad carcomió sus sentidos. Cuando finalmente la droga comenzó a hacer efecto, se dio cuenta que esa mujer nunca existió. El cigarro estuvo prendido entre sus dedos. Le ardían las quemaduras, Se toco los parpados y le pesaban. Lloró de felicidad.

Divagaciones obsoletas a la Fantasía

Recuerdo las manías del ratón Pérez para colocar el dinero debajo de la almohada. Antes, la fantasía era el mundo de los niños. Ahora la televisión les ha hecho saber que lo surreal es argumento para aburrirse y que el famoso roedor de los dientes es personaje para guardar en un baúl con algunos muñecos de plástico. Tal vez ya no recoja muelas y esté dedicado, solamente, a sobrevivir. Robando pedazos de queso en un restaurante gourmet o las migajas de un maní sin cascara en un bar de mala muerte en el Centro.

Quizás al ratón Pérez ya no le interesan las perlas finas. Mucho menos los niños con azúcar en su cabeza. Viva más comodo con la vida adulta.

domingo, 2 de octubre de 2011

La llamada

a Luiza Fernanda que gusta de estos relatos

Emanuel sintió un asombro peculiar, como si fuera un niño después de ver un accidente, sentía un pánico curioso, aquel de no querer alejarse de la situación turbulenta. Esa llamada lo impresiono bastante, tarde en la noche, mientras tomaba un café con su esposa Marta en la sala de espera, hablando sobre relojes antiguos y el sobrino que vive en Bangladesh. Después de colgar con su amigo Rogelio Martínez nada tenía lógica. La imaginación siniestra despertó sus sentidos, atentos a cada palabra recitada por su compadre.

-Buenas noches, por favor el señor Emanuel Quintana. Habla Rogelio susurrando

-Sí, habla con él, ¿acaso eres tu mi querido amigo? o habla usted muy parecido…

-Usted si sabe y si no sabe le cuento lo que siento… tengo miedo

- ¿Qué te pasa, a qué le temes?

- Al ser extraño en mi ojo…

- ¡Alo!

La llamada se corto, al otro lado, Emanuel escucho el auricular caer sobre una mesa de cristal, unos cuantos movimientos y un quejido estrepitoso. Su esposa guardaba la risa de la conversación anterior, la intención de seguir con las anécdotas caseras. Observo a su marido Emanuel, inmóvil y con un tic en el brazo derecho. Ahora la asustada era ella, perturbada por el estado del cónyuge, impaciente por las posibles palabras de su marido que explicaran el contexto tormentoso. No quería preguntar nada, solo movió sus dos manos hacia arriba, exclamando duda. Huye de la palabra absurda, que la haga parecer estúpida, ignorante del temor ajeno. Huye del gesto común, inmiscuido de un temor más grande ante lo incierto. Desea ser la seguridad hecha carne. Un punto de apoyo.

-Marta, estate tranquila, él sabe valerse por sí mismo

- Solo quiero que no te sientas mal querido

Veinticinco años de casados significan conocer a la otra persona enamorada como un espejo de apariencia distinta. Emanuel no tuvo que decir el nombre de Rogelio, amigo de infancia. Ella sabe el nombre de todas las cosas puestas en su mundo, hasta los calzoncillos azules que nunca se pone el señor. Ese agüero con esos calzoncillos, suerte no deben traer, solo una intimidad empolvada. Presumió conocer la otra persona atrás del teléfono, aunque la desconocía por completo. Su marido fue una víctima del miedo y el aspecto seguro de Marta.

Ella toco el hombro de Emanuel y le dio un beso en la mejilla, hablándole al oído, con una voz dulce, le sugirió calmarse. Fue rápidamente a la cocina, abrió una de las gavetas donde guardan los alimentos enlatados, en polvo y las finas hierbas. No se tardo mucho para encontrar las bolsitas de té aromático. Saco dos de ellas, las metió en una taza grande y agrego un poco de leche, revolvió el contenido tres veces con una cucharita tintera. Final mente calentó la mezcla uniforme, dos minutos en el microondas.

-Huele a Marihuana Marta. Dice Emanuel

Ella se rio, el estomago le temblaba, el buen humor de sus esposo la conquisto una vez más, quizás por la ingenuidad o la hipocresía ante las cosas que se resuelven en la cocina, la intranquilidad y los nervios. Pasado el tiempo en la maquina caliente le dio a beber las hierbas con leche a su amante.

-¡Huele horrible! Pura mata quemada

-Tómatelo, te ayudara para calmar los nervios

- No sabe tan mal…

- En el empaque dice que tiene esencia a vainilla

-¿Qué es?

- Té aromático de la china

-No me acuerdo haberlo traído del mercado

- No es del mercado, me lo recomendó mi amiga Estela Navarrete, esa que practica feng shui en su casa.

- Simpática loca

- No le digas así, solo es algo rara

Ambos sonrieron y empezaron a discutir sobre el comportamiento de Estela Navarrete en la fiesta de cumpleaños de José Quintana, hermano menor de Emanuel. En verdad la había pasado mal aquella mujer, trato de hacer meditar en pleno baile a unos cuantos borrachos, al no lograrlo se enfado y termino en la fiesta bailando, a la fuerza, con el tío Adolfo, un alcohólico empedernido que le robo unos cuantos besos al ritmo de Merengue.

El teléfono sonó de nuevo…

Cogiendo la taza de té, algo nervioso, contesto Emanuel

-¿Eres tu Rogelio?

- Querido amigo soy yo, lamento el susto de ahora ¡no me lo vas a creer! solo era una pestaña en mi ojo.