domingo, 2 de octubre de 2011

La llamada

a Luiza Fernanda que gusta de estos relatos

Emanuel sintió un asombro peculiar, como si fuera un niño después de ver un accidente, sentía un pánico curioso, aquel de no querer alejarse de la situación turbulenta. Esa llamada lo impresiono bastante, tarde en la noche, mientras tomaba un café con su esposa Marta en la sala de espera, hablando sobre relojes antiguos y el sobrino que vive en Bangladesh. Después de colgar con su amigo Rogelio Martínez nada tenía lógica. La imaginación siniestra despertó sus sentidos, atentos a cada palabra recitada por su compadre.

-Buenas noches, por favor el señor Emanuel Quintana. Habla Rogelio susurrando

-Sí, habla con él, ¿acaso eres tu mi querido amigo? o habla usted muy parecido…

-Usted si sabe y si no sabe le cuento lo que siento… tengo miedo

- ¿Qué te pasa, a qué le temes?

- Al ser extraño en mi ojo…

- ¡Alo!

La llamada se corto, al otro lado, Emanuel escucho el auricular caer sobre una mesa de cristal, unos cuantos movimientos y un quejido estrepitoso. Su esposa guardaba la risa de la conversación anterior, la intención de seguir con las anécdotas caseras. Observo a su marido Emanuel, inmóvil y con un tic en el brazo derecho. Ahora la asustada era ella, perturbada por el estado del cónyuge, impaciente por las posibles palabras de su marido que explicaran el contexto tormentoso. No quería preguntar nada, solo movió sus dos manos hacia arriba, exclamando duda. Huye de la palabra absurda, que la haga parecer estúpida, ignorante del temor ajeno. Huye del gesto común, inmiscuido de un temor más grande ante lo incierto. Desea ser la seguridad hecha carne. Un punto de apoyo.

-Marta, estate tranquila, él sabe valerse por sí mismo

- Solo quiero que no te sientas mal querido

Veinticinco años de casados significan conocer a la otra persona enamorada como un espejo de apariencia distinta. Emanuel no tuvo que decir el nombre de Rogelio, amigo de infancia. Ella sabe el nombre de todas las cosas puestas en su mundo, hasta los calzoncillos azules que nunca se pone el señor. Ese agüero con esos calzoncillos, suerte no deben traer, solo una intimidad empolvada. Presumió conocer la otra persona atrás del teléfono, aunque la desconocía por completo. Su marido fue una víctima del miedo y el aspecto seguro de Marta.

Ella toco el hombro de Emanuel y le dio un beso en la mejilla, hablándole al oído, con una voz dulce, le sugirió calmarse. Fue rápidamente a la cocina, abrió una de las gavetas donde guardan los alimentos enlatados, en polvo y las finas hierbas. No se tardo mucho para encontrar las bolsitas de té aromático. Saco dos de ellas, las metió en una taza grande y agrego un poco de leche, revolvió el contenido tres veces con una cucharita tintera. Final mente calentó la mezcla uniforme, dos minutos en el microondas.

-Huele a Marihuana Marta. Dice Emanuel

Ella se rio, el estomago le temblaba, el buen humor de sus esposo la conquisto una vez más, quizás por la ingenuidad o la hipocresía ante las cosas que se resuelven en la cocina, la intranquilidad y los nervios. Pasado el tiempo en la maquina caliente le dio a beber las hierbas con leche a su amante.

-¡Huele horrible! Pura mata quemada

-Tómatelo, te ayudara para calmar los nervios

- No sabe tan mal…

- En el empaque dice que tiene esencia a vainilla

-¿Qué es?

- Té aromático de la china

-No me acuerdo haberlo traído del mercado

- No es del mercado, me lo recomendó mi amiga Estela Navarrete, esa que practica feng shui en su casa.

- Simpática loca

- No le digas así, solo es algo rara

Ambos sonrieron y empezaron a discutir sobre el comportamiento de Estela Navarrete en la fiesta de cumpleaños de José Quintana, hermano menor de Emanuel. En verdad la había pasado mal aquella mujer, trato de hacer meditar en pleno baile a unos cuantos borrachos, al no lograrlo se enfado y termino en la fiesta bailando, a la fuerza, con el tío Adolfo, un alcohólico empedernido que le robo unos cuantos besos al ritmo de Merengue.

El teléfono sonó de nuevo…

Cogiendo la taza de té, algo nervioso, contesto Emanuel

-¿Eres tu Rogelio?

- Querido amigo soy yo, lamento el susto de ahora ¡no me lo vas a creer! solo era una pestaña en mi ojo.

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